jueves, mayo 24, 2007

El caso de la greco-californiana encerrada en un psiquiátrico de Transilvania


Una manera como cualquier otra de describir en pocas palabras la carrera artística de Diamanda Galas. Nacida en 1955 en San Diego, USA, pero de ascendencia griega, toda su obra tiene una coherencia estilística apabullante. Desde principios de los ochenta ha publicado una serie de trabajos que tienen signos comúnes como: la oscuridad, la locura, el sufrimiento, el satanismo, la blasfemia, los vampiros o la denuncia social.

Heredera de otras divas transgresoras como Yoko Ono, Laurie Anderson o la mísmisima María Callas, ha compuesto piezas memorables y versioneado otras, a su manera, de artistas diversos. Casi siempre ha sido objeto de consumo de la élite del avant-garde y el after-punk, su estilo aparentemente marginal le ha servido hasta la fecha, para moverse por auditorios y festivales de música considerados como "cultos".


Su voz, su manera de interpretar es muy enigmática y desgarradora , a pesar de ser una gran vedette gótica, hace pensar también en que puede sufrir algún tipo de trastorno psíquico o trauma irremediable y que no se trata de una simple actuación. Es innegable que se pasa miedo al escucharla en sus momentos de trance gutural y sus pintas "neo". Muchos de sus temas suenan como misas tenebrosas o como relatos épicos del Egeo cantados por Medusa. A nadie le gustaría compartir techo con la Galas después de escuchar un par de sus LPs. Esta mujer deja en párvulos a artistas de horror-rock como Marilyn Manson o Alice Cooper.


En su disco de 1992 "The Singer" versioneaba magistralmente al grandísimo Screamin' Jay Hawkins.